viernes, 19 de octubre de 2012

Alabanza de lo inútil

En la carrera del progreso, parece que todo aquello que no reporta un beneficio susceptible de ser monetizado merece ser desechado.

Algunas carreras universitarias reciben cada vez menos solicitudes de matrícula puesto que las expectativas laborales que las rodean son, digámoslo así, limitadas. Y ¿quién quiere -o puede permitirse- estudiar una carrera por el mero placer de aprender? Esas carreras, según los nuevos criterios, están abocadas a desaparecer. La inversión no puede ser mayor que la cosecha recogida. Hemos venido aquí a ganar.

Del mismo modo, las empresas invierten en I+D+i para desarrollar productos que vayan a venderse. ¿Quién se puede imaginar una farmacéutica creando una vacuna para luego regalarla? Los gobiernos, hermanos pequeños celosos de las grandes induatrias no quieren quedarse atrás y recortan (o dejan de invertir, que suena un poco menos mal) en aquello que es, de cara a un futuro económico positivo, menos productivo. Servicios sociales, educación, sanidad o transporte público...el reinado del sálvese quien pueda.


Es una cuestión de proporciones. Si le quitas un pellizco a quien más tiene, se queda con un pellizco menos. Si le quitas un pellizco a quien sólo tiene un pellizco, le dejas sin nada. Pero quien tiene el dinero es quien invierte y decide quién, cómo, dónde, cuándo...y para quién. Y el dinero “que es de todos“...bueno, parece ser que todos son en realidad tres o cuatro.

Los recortes no son aleatorios. Están calculados y dirigidos al punto más doloroso. Los servicios públicos son ineficientes por definición: no están pensados para ganar, sino para que la gente pierda un poco menos. Precarizando estos servicios, encareciéndolos al tiempo que se reducen las prestaciones, sólo nos dejan dos opciones: lo privado o la nada.

Somos piedras que entorpecen el caminar por el sendero del progreso. Reclamamos conocimiento por amor al conocimiento, no orientado a un fin. Reclamamos servicios sanitarios para aquellos a los que sólo les queda sufrir hasta su muere. Reclamamos ayudas a quienes no pueden dar de comer a sus hijos porque no tuvieron la destreza de nacer en buena cuna. Reclamamos oportunidades para quienes vinieron en busca de un futuro mejor.

Reclamamos, en fin, cosas que se compran pero cuyo valor jamás podría traducirse en dinero.
Reclamamos lo inútil porque es lo que para nosotros tiene importancia.

Y si no nos lo quieren dar, tendremos que cogerlo.

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